"Me salpicas con espumas inundadas de misterios,
de otros tiempos y distancias,
con lamentos de promesas
que perdieron sus palabras
en tus bajamares inmensos..."
Este post tiene que empezar con poesía porque poesía es el
mar y cada ola un verso.
Y me dirijo a su litoral más bravo, más latente, LA COSTA DE LA MUERTE.
Se extiende por la costa noroeste de La Coruña, desde la
población de Malpica:
Un sitio habitado desde la noche de los tiempos:
El final más deseado del “Camino de las Estrellas” que emprendían
desde todos los rincones de Europa el pueblo Celta, buscando el punto donde
acaba el día y vuelve a nacer, donde el sol moría y renacía con una luz nueva,
ese lugar mágico que durante muchas lunas fue el último sitio existente, donde
en muchos, muchos siglos, se creía que era el “fin de la tierra” o “el fin de
la vida”, en una tierra que hasta entrado el siglo XVI no se perfiló como
redonda, a pesar de la vara que dieron los griegos, incluso el propio Cristóbal
Colón, se mantenía que el globo terráqueo no era globo, era plano, un
rectángulo terrenal limitado por el mundo conocido, imaginar los barcos
llegando a este punto…
Tras la estela de los Celtas llegaron otros pueblos siguiendo
sus huellas que perduran hasta la actualidad, todo peregrino que se precie,
tras coronar la Catedral de Santiago se dirige al Faro de Finisterre:
Una vez allí, se deshacen de sus botas, algunos las lanzan al mar, lo importante es dejarlas atrás...
Otros, como si de una pira de deseos se tratase, queman las ropas con las que han realizado el camino, costumbre a la que añadiría un mal direte
Una vez allí, se deshacen de sus botas, algunos las lanzan al mar, lo importante es dejarlas atrás...
Otros, como si de una pira de deseos se tratase, queman las ropas con las que han realizado el camino, costumbre a la que añadiría un mal direte
Incluso la iglesia, en su afán de santificar, convirtió
esculturas celtas en símbolos cristianos, como la conocida “Pedra da Serpe”:
A la que además de plantarla una cruz se extendió la fábula de que en la aldea de Corme había gran cantidad de serpientes y que un día San Adrián en sus oraciones pisó fuerte con el pie (este santo debió de ir a la hoguera) encantando a las bichas y transformándolas en piedra ¡Animalitos! Y dejando constancia de que aquí los primeros: el clero, cómo no!!
Son muchas las cruces que salpican este lugar en honor a las
gentes que aquí han perecido, a los percebeiros que para obtener este manjar se
juegan la vida literalmente, siempre me he preguntado porque no van a mariscar con la marea baja y tiene una explicación sencilla, para que el percebe
tenga “cuerpo” tiene que estar aferrado a la roca y esto se produce con la
plena y dura mar.
El propio nombre de este paraje ya da que pensar y no es en
vano, dicen las gentes del lugar que su fondo alberga un gran cementerio marino
debido al gran número de naufragios que aquí han acaecido, incluso, que existe una
ciudad sepultada en sus profundas aguas… Un mito de origen celta cuenta que los
lugareños, en las noches de temporal, sacaban sus bueyes con un candil colgado
de sus cuernos y los llevaban a los límites de los acantilados, las embarcaciones veían las luces moviéndose,
balanceándose por el andar de los pesados animales y les daba lugar a engaño… Pensaban
que eran otros barcos que iban al cubierto de la bahía, y en la confusión de la
tormenta las seguían y se convertía en una trampa mortal, acabando varado en
los escollos, ahí los paisanos iban a tropel y saqueaban los buques, piratería
iluminada ;D
Lo cierto es que en este litoral se han producido a lo largo
de la historia muchos, pero que muchos hundimientos, creo que a todos nos suena
“El prestige” y los “hilillos de plastilina” y aprovecho para decir ¡¡¡NUNCA MÁIS!!!
Este ha sido de los últimos y se convirtió en una catástrofe natural difícil de
olvidar para una población pesquera y cuyo mayor tesoro es el mar.
A pesar de todos los avatares del destino, es de los lugares
más fantásticos de la península, como dice la canción aquí “la lluvia es arte y dios se echó a descansar”
y no es de extrañar, siendo el lecho del astro rey, donde todos los días el sol se va a dormir.