"Brihuega es encantadora por
su situación, por sus alrededores, por su noble aspecto antañón, por sus
recuerdos históricos, por sus joyas artísticas y el carácter simpático en
extremo, de sus habitantes. A tal punto es verdad cuanto digo, que quien acuda a
verla por vez primera, vuelve seguramente”
Empiezo este post con un párrafo del libro VIAJE A LA
ALCARRIA de Camilo José Cela, literato “ande los haya” y que a mí me enseñó de
una forma clara y precisa la diferencia entre participio y gerundio, por si no
la sabéis: “no es lo mismo estar jodido que jodiendo” ];D
Brihuega se encuentra a apenas 100 km. de Madrid, en Guadalajara, tierra de caminos suaves y dulces como la miel que abunda
en la Alcarria. No es te tenga aspecto antañón, al contrario, su origen celta no rebate su apariencia
fresca, como los vergeles que la adornan, es como si hubiese bebido de la
fuente de la eterna juventud y se conservase tal cual: noble.
Su nombre procede del ibero “Briga” o “Brioga” que quiere
decir “lugar amurallado”, una villa fortificada que ha sido bastión de grandes
batallas y cuya historia está presente en sus calles donde se respira un pasado aún denso, cuando
el Jardín de la Alcarria tiñó sus rincones floridos y verdes de rojo y si me
remonto al último suceso que tuvo lugar aquí durante la Guerra Civil ¡Tan de rojo!
Aquí se libró de la forma más cruenta la batalla de Guadalajara
y hubo un ataque brutal a este pueblo republicano, la plaza de toros encarnada
más que nunca y aun así, no se rindieron; esta fue la penúltima batalla antes
de que Paquito llegase al poder.
No me voy a meter en los acontecimientos más recientes,
porque más que historia es memoria… Bueno, en contra posición, en 1730 la
batalla conocida como “el asalto a Brihuega” la valió un trono para los
Borbones y aquí menos me voy a meter, porque como me meta ¡Sapos y
culebras!
Brihuega empezó a brillar con una luz especial allá por la
Edad Media con el nombre de “Castrum Brioca” o el castillo en la roca, haciendo
alusión al castillo de “La Peña Bermeja” que hoy es el cementerio del pueblo,
como si todas las almas a lo largo de los anales pasasen por aquí.
Con un rico patrimonio arquitectónico, conserva aún parte de
la muralla musulmana, un imponente arco ojival que fue la primera entrada a la
villa “El arco de Cozagón” labrado en piedra toba, que es blanda y se endurece
con el paso de los años.
Posee tres iglesias urbanas que datan de principios de siglo
XIII: “Santa María de la Peña”, “San Felipe” y “San Miguel”.
Santa María de la Peña
Tres templos románicos donde lejos de la sencillez de las
construcciones alcarrienses de la época, se incorporan varios elementos del
gótico, los arcos apuntalados, rosetones… Que todavía no estaban presentes en
la zona, ni apenas en la península.
San Felipe
En los últimos tiempos este pueblo se ha dedicado a la
fábrica del azulejo y con “la movida inmobiliaria”, que no burbuja, riqueza o
despeporre, se han quedado un tanto ploff y tiene tanto que mostrar, tanto que
enseñar, que he pensado en hacer esta entrada y la enseño con mis ojos turísticos, aunque como bien dice Cela, quien va repite, por su gente amable y por ser un pueblo encantado que se durmió
en el medievo y florece cada primavera con un estallido colores.