En la lejana Edad Media, cuenta la
leyenda, que los musulmanes artífices y habitantes del inexpugnable castillo de
Tíscar, pensaban que el motivo de la contienda con los católicos era la talla
de la virgen María que obraba en su poder.
Castillo y Santuario de Tíscar
Para hacerles retroceder en la lucha,
despeñaron la imagen desde las Almenas cayendo en una cueva que se encuentra a los pies de la montaña.
Tantas veces la tiraron, tantas veces
volvió a subir, provocando la ira del emir Mohammed Andón que con su sable la
hizo mil añicos. Cuando el ejército liderado por el Infante Don Pedro conquistó
la fortaleza, tomo cuenta de lo sucedido, recogieron los pedazos y los mandaron
a Toledo para recomponerla, pero milagrosamente, la Virgen estaba ahí, entera,
en la gruta donde apareció.
LA CUEVA DEL AGUA también conocida como
la Gruta de la Virgen, es una formación caliza que se crea en un estrecho
barranco y que en muchos sitios se encuentra a cielo abierto, un vergel repleto
manantiales en el que se han encontrado pinturas rupestres, la huella sus
primeros habitantes.
En su interior el agua rezuma por todo
lugar, hasta las paredes de la montaña sudan. Se accede a la misma por un túnel
cortito, de unos 10 metros y bajito, apenas 1 metro, una vez superado entras en
un rincón paradisiaco, un espectáculo del líquido elemento donde es imposible
no mojarte los pies, hasta en las escaleras “llueve”.
El río Tíscar juguetea en las entrañas del Monte Caballo modelando un paraje fascinante, gota a gota, con el paso de los miles de años, ha esculpido en sus muros estalactitas, de forma caprichosa aparece y desaparece, se precipita filtrándose en la roca creando a su paso cuevas, fuentes y cascadas.